¿𝗩𝗮𝗹𝗼𝗿 𝗼 𝗽𝗿𝗲𝗰𝗶𝗼?

El diseño es algo muy personal
¿Valor o precio?

Todavía sigo alucinando.

Como ya he comentado por aquí, y por allí, llevo tiempo de mudanzas.

Como 53 años…

El caso es que tenía esta cazadora, que apenas he usado, y que ha sufrido _más que yo_ todos estos procesos. Con todo su cuello pelado… Sí, la mala calidad de la prenda y el hecho de que lo barato puede resultar caro…

Lo sé.

Pero la tengo cariño. Lo que no sé es por qué. ¿Se puede tener cariño a algo material? ¿A algo barato? ¿Quizá sea por su color rojo, que me provoca alegría…?

Hay objetos, chuminadas, tonterías… Que me regalan un efecto de felicidad. Instantáneo. Y éste me invade, sin saber por qué. Me pasa con ciertos aromas, con algunos colores, con la luz de algunos atardeceres… ¡Recuerdos! Supongo que es el subconsciente, que trabaja, incluso cuando duerme.

De hecho, supongo que ésa es la base de ciertos negocios emergentes. Por todos los lados, hay negocios que venden cosas “bonitas”, sin mucho sentido práctico, la mayor parte de las veces.

Antes, hubo un tiempo en el que se vendían cosas “feas”.

Me viene, ahora, a la memoria, aquella lectura de la universidad y lo que me costó entender el concepto “kitsch”. Tanta consonante junta no puede traer nada bueno. Pensaba, entonces. ¿Quién nos iba a decir que ese término acabaría usurpando un puesto en el diccionario de castellano? Y lo bien que me hubiera venido, para entenderlo, porque nadie se atrevía a definirlo, con ejemplos. Aquello de la subjetividad, que es la suma de objetividades. ¿O era al contrario? Ironías de la vida de ayer y de hoy. Las de siempre.

Presagios.

Para Samy _el egipcio que fuma, compulsivamente, mientras tiro la basura_, la culpa es mía.

He de reconocer que no me gustó que me lo dijera. Al final, estoy un poco harta de que me acaben echando la culpa de todo. ¿También de que el cuello de una cazadora de piel mala —o lo que sea— se deteriore? ¿Sin casi haberla usado? No, no me gustó. Y menos que me lo repitiera.

¿También de que no encuentre trabajo de redactora en castellano?

—La culpa es tuya —repetía—. Por tenerla encerrada en el armario.

…Y exhalaba el humo de su cigarrillo, despertando otro tipo de recuerdos.

Ni que tuviera el pescuezo plagado de púas, como los puercoespines.

Así que preferí llevársela a la China, que trabaja unas calles más abajo. Y digo “la China”, porque hay evidencias, casi científicas, de que es natural de ese país. Y no conozco su nombre ni creo que tampoco pudiera pronunciarlo, si lo conociera.

No por otra cosa.

Pero la China me aconsejó que la tirase, que no merecía la pena.

En Madrid, si en un centro de costura, regentado por chinos, te dicen que no tiene solución, es que no tiene solución. ¿Pero…? ¿Y si, en Bilbao, la tuviera? Así que regresé donde Samy, el egipcio, a pedirle presupuesto, dándole una última oportunidad, aun a riesgo de que volviera a echarme la culpa. Cosa que hizo, una vez más, y nada más entrar.

Cuando yo me fui de Bilbao, hace décadas, aquí, prácticamente, no había ni chinas ni egipcios… Ni nada más que productos nacionales, de por aquí y de por allí… Casi todo, del norte, de lo que venía por vía estrecha, junto con el carbón, leonés y palentino, para alimentar a la siderurgia vasca. La Robla, un tren que sigue uniendo, a cámara lenta, como esa máquina del tiempo, que nos devuelve a las raíces…

Pero el efecto Guggenheim nos ha traído un poco de modernidad y de enriquecimiento del ADN. También cultural, porque ya se sabe que los de Bilbao nacemos donde queremos. Y yo me atrevería a decir que también cuando queremos. Cuando nos da la gana, vamos.

Samy, por diez euros, me contó su historia. Me mostró de dónde venía y una foto de niño, de cuando empezó a trabajar, en esto de la costura. Su experiencia con grandes marcas, y que ahora da cursos a desempleados… Me habló de cómo llegó a tener fábrica propia.

Yo siempre quise aprender a coser. Y se lo dije. No soy nada manitas, pero quería… En mi casa, de niña, había una máquina de pedal, rota, e inútil, que yo insistí en mandar a arreglar, y que nunca regresó a mis manos. Así que me invitó a pasar y a ver, en vivo, y en directo, cómo lo hacía. Con qué maestría.

Sus trucos.

La idea era mía, la tela también… Pero el momento era toda una aventura, que recorría, como el humo, su historia y la de mi propia vida, hasta encontrarnos en ese instante mágico, en el que la unión de “necesidades” crea un producto final, que supera al deseo.

Cinco minutos bastaron.

Diez euros son diez euros. ¿Cuánto cobran, hoy en día, por un paquete de palomitas, en el cine? ¿Cuánto por la entrada…? ¿Quién lo marca? ¿Quién lo decide…?

¿Valor o precio…?