Hablando con los muertos





Cordero de Mesa, León



Hablando con los muertos
Nía
3-4/12/20
 

 
Ya no quedan mozas en la fuente,
ni cántaros que se rompan.
 
En  el caño cuelgan las candelas.
 
Ha llegado el invierno,
de repente,
-como siempre-,
y este año
nos ha pillado sin madreñas.
 
En silencio,
también las motosierras.
 
 
 
 
Nadie azuelando,
ni clavando tacos,
ni picando guadañas,
para la siega.
 
Salvo la misma muerte,
que, incansable,
 nos acecha.
 
Ya no quedan hoces,
como entonces.
Ni curas,
ni homilías…
Ni nadie
que tire caramelos,
a los niños,
en la peña.
 
 
Nadie tejiendo
colchas de ganchillo.
 
Ni siquiera un chiquillo,
arreglando
la rueda -pinchada- de su bici,
para salir al campo de merienda.
 
 
Ni a setas, ni a truchas
ya nos dejan,
sin comprar licencias,
que privatizan los ríos y las eras,
para que vengan,
luego,
los que puedan.
 
Como siempre…
 
Regresan yermas las heladas,
y están las chimeneas tan calladas,
que ni el viento murmura en sus entrañas…
 
El oso,
que ha bajado a las praderas
-tan hermoso en la foto-,
ni sabe abrazar,
ni quiero que me abrace.
 
Tampoco es nada agradable,
que me abrace la nieve
con su sable.
 
Perdí la oportunidad
en el camino
-ahora lo sé-
dejándola en manos del destino,
y ya no queda nadie,
tampoco,
que me enseñe
a hacer cestos
para acarrear patatas.
 
Tampoco quedan siembras.
 
Ni más surcos,
que los que abren nuestras lágrimas…
 
Ni la muerte vuelve
a inaugurar pantanos,
ni es que yo lo quiera.
 
 
 
 
Ni carros, ni carretas.
 
Ni vacas uncidas que los lleven,
ni otras bestias
haciendo sonar con su cencerra
el ritmo
-en cada paso-,
que nos mueva
a un pasado remoto
de cosechas
de sonrisas y abrazos.
 
De eternas primaveras…
 
Ni ecos que repitan su armonía…
 
 
Por no quedar,
 ya no queda ni poesía…
 
Ni quedan guajes,
siquiera.
 
 
Nadie que me pregunte
si he comido, qué he comido
o si tengo para comer mañana.
 
Ni mantecadas quedan.
 
Ni las gallinas se pasean
coquetas, tras el gallo,
ni nadie toca
-tampoco-
las campanas,
en el campanario.
 
Nadie cuidando las piedras
sobre las que se mueve el trillo,
ni colgando los sombreros de paja
-en la sombra-,
encima del botijo.
 
 
Hasta los muertos ya se han ido
y yo aquí sigo 
esperando las respuestas
que encajen con mi ombligo.
 
Ni luchas de mojones,
ni lumbres que ardan
bajo los cocidos.
 
 
Las chimeneas están mudas
por el frío
y hasta el recuerdo,
tras el dolor,
se apaga.
 
 
Nadie que  le pida carbón,
a sus Reyes preferidos,
ni pulmones
que no lo hayan sufrido,
a pesar de la magia
en San Isidro.
 
De Santa Bárbara,
nos acordamos todos
cuando atruena.
 
 
 
Nunca pensé que acabaría
hablando con los muertos,
y, aquí estoy,
 esperando oír sus carcajadas
cuando alguien,
desde su cómodo asiento,
aquí, en Madrid,
dice que son “paletos”,
mientras, sin sonrojarse,
arrojan a una fosa común,
entrando en bucle,
 los poemas de Lorca…
 
Parece que aún molesta,
que cada cual ame a quien quiera,
sin que nadie nos arroje
a una cuneta.
 
De Miguel Hernández,
tampoco son amigos.
 
 
Leyendo,
mi padre aún se remueve en el escaño.
 
Mi madre grita con orgullo:
¡Ésa es mi hija!
…Y, al oído, me susurra y aconseja
que, esté donde esté,
 no permita, nunca, que me venzan.
 
Y que deje a la muerte callada,
en su agonía,
y cante sólo a la alegría…
 
 
 
Ya no quedan mozas
en la fuente.
… Y sus fantasmas
-también-
se han ido.
 
 
Pero quedan los sueños
de cuando fuimos críos,
abrigados,
 por el calor del pueblo,
en que el que crecimos.
 
Queda tu brazo,
y queda el mío,
para levantar,
tras el invierno,
todo lo caído.
 
Ahora toca refugiarse en las cocinas.
 
Que el viento no derribe tu destino,
mi León querido,
porque si hay algo que tienes
-y que siempre has tenido-,
son costaleros
que nos enseñen a arrimar el hombro,
para que nada caiga en el olvido.
 
Mineros que posteen,
desde arriba,
y hasta el cielo,
para que no nos caiga encima,
sin sentido.
 
 
 
Después,
volverán a oírse
tambores y zambombas,
las castañuelas regresarán alegres,
tras el frío,
como pide mi madre.
 
Como siempre me ha pedido.
 
Volveremos a bailar con botas
o en madreñas…
Sobre el barro,
si es preciso.
Sobre la hierba seca en el verano…
 
…Y a soñar, despiertos,
que pase pronto todo el daño
y regresen los rebaños,
sus cencerros…,
 para limpiar los campos
que tanto añoramos
y que van más allá del cementerio.
 
Y, tras el hielo,
 regresarán nuestras sonrisas,
y la magia
de un cordero paciendo
donde no existen las prisas.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Aquí, en Madrid,
debajo de mi casa,
bajo la luz de una bandera
-la única que les queda-,
que dicen suya
y que no abriga,
siguen rabiando los mismos perros,
con collares distintos.
 
 
El águila se ha ido,
sin embargo.
 
Consiguió su independencia.
 
Huyó,
  condenando la muerte
la miseria y la violencia…
 
 
 
Se fue,
tras romper todas sus cadenas,
y anda volando por mis montes,
por mis eras,
por mis peñas…,
por donde también vuelan
las almas
que la liberaron.
 
Bajo ellas,
regresarán las margaritas,
las luciérnagas,
a alumbrar todas las trincheras.
 
 
 
…Y que las únicas balas
que sembremos
sean poemas,
poemas de Amor
a nuestra tierra.//